
-Estaba en casa de Chema, y he oído la guitarra... Chema me ha dicho que solo coges la guitarra cuando algo grave te pasa... ¿Qué te ocurre pelirroja?
-Pasa anda...
Tenía unas pintas horribles, mal día había escogido Sergio para pasar a verme. Un moño mal hecho, unas mayas y mi antigua camiseta de los ramones, que tenía un par de agujeritos y era menos negra de lo normal.
¿Cómo podría haber escuchado la guitarra desde casa de Chema? Bueno, en realidad me importaba poco, y no sé por qué, le daba gracias por haber llamado a mi puerta. Sé que quería estar sola, pero en el fondo, necesitaba a alguien, y si ese alguien era Sergio, mejor que mejor.
-Llevaba sin tocar mi guitarra cinco meses...
-Cinco, son los meses que llevo preguntándome ¿por qué Mario?
-Creo que yo ahora mismo me hago esa pregunta...
-Chema me lo ha contado, no sabe lo que se pierde Olivia, y no debes estar triste.
-Me ha cambiado por una ridícula barbie rubia, ¿cómo quieres que no esté triste? Le quería, Sergio... Le quería mucho.
-Venga, ¿unas cañas y lo hablamos?- me miró con sus ojitos verdes, y me recordó tantos momentos pasados que una lágrima se me escapó. - Y no se te ocurra llorar por Mario.
-Esa lágrima no era por Mario...-Sergio sacó la mejor de las sonrisas y me abrazó. - Tengo una idea mejor, ¿nos tomamos aquí las cañas?
Prefería mi idea, así no tendría que arreglarme para llorar desconsoladamente en una taberna oscura.
Después de haber tomado esas cañas y haber tenido una larga charla, me di cuenta de lo mucho que había echado de menos a Sergio.
-Perdóname - le dije al fin agachando la mirada. Nunca le había pedido disculpas por lo que hice con Mario, y sinceramente, creo que se las merecía.
-Te he echado de menos Olivia...
-Creo que yo también a ti.

Le quité la camisa, y las mallas, ya no estaban sobre mis piernas. Una vieja camiseta de los ramones andaba tirada por el suelo junto con sus vaqueros.
-Olvia, esto...esto no esta bien. ¿De verdad quieres...?- dijo mirándome muy serio antes de que quitarme el sujetador.
-Sergio...quítamelo todo, menos la sonrisa - susurré en su odio.
Me besó, nos besamos... Era un remolino de caricias, sonrisas y miradas de añoranza. Venían recuerdos a mi mente, de otros muchos momentos que había pasado con Sergio. Y mi corazón latía más fuerte que nunca, o quizás era el suyo, que se había juntado con el mio.