-Ahora mismo, ser feliz.
-La verdad, es una buena fiesta.
-No lo digo por la fiesta, ahora mismo podríamos estar en cualquier parte, en cualquier desierto, en cualquier mar. Soy feliz porque estás frente a mi.
-¿Y si me pongo detrás... - y no había terminado la frase cuando sentí sus labios sobre los mios. Sus labios, que contaban maravillas. Historias interminables con finales felices. Historias de chicas pelirrojas y chicos pelinegros. De proyectos de matemáticos fusionados con proyectos de escritoras. Historias de polos opuestos, totalmente opuestos, que por alguna extraña razón se atraían con una fuerza sobrehumana. Historias interminables que no tienen finales felices, por la simple razón de que no tienen final.

¡Quién me iba a decir a mi esto! Hace unas horas, Ana y Sara estaban en mi casa convenciéndome para salir, y ahora, tenía una historia que contar.
-Ponte el vestido negro- decía Ana con una sonrisa en la cara.
-No me apetece.
-Pues ponte el verde- decía Sara mientras sacaba la mitad de la ropa que hay en el armario.
-Luego, toda esa ropa, hay que guardarla.
-Olivia, no te pongas borde y vístete, porque hoy vas a salir, con vestido o en pijama, tu eliges- y ahí estaba, el ultimátum de Ana. Si no me ponía uno de esos vestidos rápido, probablemente terminaría en la calle con pijama.
-Sois unas pesadas.
-Que te quieren, unas pesadas que te quieren - Sara se reía, no sé si de mí, o conmigo. Pero se reía y me hacía reír a mi.
-Vale, pero voy con vaqueros.
-Pelirroja cabezona - Ana buscaba algo por mi armario - Mira, estos mismos, pero póntelos ya. Me han dicho que iba a estar David y tienes que ir guapa.
-¿Para qué?
-Para decirle hola, claro está.
Y allí estábamos, en las puertas de la discoteca más transitada de la ciudad. Ana y Sara brincaban por las ganas de entrar, mientras yo estaba deseando irme. Música inentendible a todo volumen. Luces de colores por todos lados. Tacones, vaqueros rotos, vestidos, camisas y algunas deportivas. Gente hablando, riendo, y bebiendo. Más de un valiente bailando. Y yo esperando. Esperando, no sé a qué, no sé a quien.
-Tres tequilas, por favor - gritó Ana a mi lado.
-No me apetece beber.
-Pues lo vas a hacer, o si quieres, no lo hagas -y se bebió el suyo de un trago- Pero vas a salir ahí a bailar, a reírte, a pasártelo bien y a olvidar.
-De acuerdo -y me bebí mi tequila con limón y sin sal.
Intenté olvidarlo todo. Olvidarlos a todos. Simplemente fijarme en como ellas se lo pasaban bien, se reían y bailaban. Y comencé a imitarlas, y la verdad, no se estaba tan mal. Me gustaba esa sensación, hacía tiempo que no la sentía. Libertad. Bailar sin que nadie te diga nada. Reírse. Seguir bailando y no parar.
Y después de estar más de cuatro canciones seguidas bailando sin parar, David apareció tras de mí y me tapó los ojos. Me giré y le pregunte: "¿Qué haces tú aquí?"
Y ese instante, comienza mi historia. La historia que cuentan sus labios.