
Y ahora coge aire. Cierra los ojos. E imagina. Imagina todo lo que siempre has querido.
Echo una ojeada a la habitación y veo lo que quería ver, veo su ropa esparcida junto a la mía. Me doy la vuelta y me encuentro con sus ojos, y con mis manos le cojo la cara y le guio hasta mis labios.
Nos fundimos en un beso, y ya no somos dos personas en una cama, ya somos una sola persona, un solo corazón que late al unísono.
-Te quiero.
-Yo más.
Es lo único que nos decimos, y es que no hace falta decir más... porque sus ojos lo dicen todo, junto con sus movimientos, sus caricias, sus besos. No dice nada, pero lo dice todo. Sé que me quiere, que estará siempre a mi lado y que me hará la persona más feliz del mundo. Y sé todo eso porque yo le quiero a él y porque estaría dispuesta a todo por él.
Nos reimos. Y seguimos riéndonos. Hablando sin saber muy bien de qué y por qué... hablando sin mover los labios para nada, hablando con la mirada.
-Prométeme que me llamarás mañana.
-No te lo prometo, es inútil. Te llamaré si o si.
Y tiene razón, me llamará. Siempre me llama. Aunque el día anterior haya llorado en su hombro, aunque le haya besado como si fuera la última vez, aunque nos hayamos peleado y haya pataleado como una niña pequeña... Él siempre me llama.
Cuando pierdes el tiempo en hablar por telefono y los minutos pasan a tal velocidad que no te das cuenta. Cuando las palabras no tienen el más mínimo sentido y crees que si alguien te escuchase pensaría que estás loca. Cuándo ninguno de los dos tiene ganas de despedirse del otro, de colgar el teléfono. Cuando después de que él haya colgado, compruebas que lo ha echo de verdad, que no sigue al otro lado del teléfono. Entonces, y solo entonces, estás perdida. O mejor dicho, estás enamorada, lo que en realidad es un poco lo mismo...
Ahora abre los ojos. Suelta todo el aire que habías cogido al principio. Y sonrie. Riéte de todo... Porque no has necesitado imaginar nada, porque todo esto es real... porque su ropa está esparcida por tu habitación y mañana te llamará.